«Ninguna palabra es visible»: Alejandra Pizarnik, la poeta que se rehusaba a vivir sin poesía.

“Lo que pasa con el alma es que no se ve, lo que pasa con la mente es que no se ve, lo que pasa con el espíritu es que no se ve, ¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades? Ninguna palabra es visible”. 

Alejandra Pizarnik (1936-1972) 

Hoy cumpliría 85 años la poeta, cuentista, ensayista y traductora, Flora Alejandra Pizarnik Broznike, quien nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Argentina; tuvo una infancia difícil, pues vivía una constante ansiedad producida por sus ataques de asma, tartamudeo, su peso corporal y las comparaciones que hacía su madre de ella con su hermana. 

Durante su adolescencia, Alejandra descubrió la literatura y comenzó a escribir, una joven rebelde, estrafalaria y subversiva le consideraban. Tuvo estudios de filosofía y periodismo, que no concluyó, después Pizarnik comenzó su formación artística de la mano del pintor surrealista Batlle Planas.

Por su poesía, vida y su búsqueda de reconocimiento se la consideraba una poeta maldita, Pizarnik hizo de la poesía su vida, y de su vida poesía, “Pasa que si no escribo poemas no acepto vivir, vivirme. Pasa que la condición de mi cuerpo vivo y moviente es la poesía”, escribió en su diario en 1963. 

Estuvo en terapia con el psicoanalista León Ostrov, algo crucial en su vida y poesía (su poema “El despertar” fue dedicado a él). “Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélical y estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos”, testimonio de Ostrov, extraído del libro Cartas (Eduvim, 2012). 

Tras varios intentos se suicidó en septiembre de 1972, dejando como legado poesía que refleja la vida atormentada por la que pasó, producto de sus fantasmas internos y de la sensación de desamparo. Su obra perdura, pues tras su muerte sus libros se siguieron leyendo e influyendo a muchos poetas más.