La historia del alumbrado público en la Ciudad de México
En la Ciudad de México transcurrieron poco más de dos siglos desde su fundación, antes de que la autoridad virreinal tomara cartas en el asunto del alumbrado público. La primera disposición fue expedida en 1762, en la que los dueños de casas eran obligados a colgar un faro de vidrio con luz y que durara encendido hasta las 11 de la noche.
Esta disposición no duró mucho tiempo y fue respetada por algunas semanas, volviendo a caer en desuso hasta que en los años 1768 y 1776 volvieron a mandarse poner faroles.
La calle de don Juan Manuel, hoy en día llamada República de Uruguay, fue la primera que contó con faroles uniformes a costa de los particulares. Esto se debió a la leyenda de don Juan Manuel, aquel noble español que asesinaba a sus víctimas diciéndoles «dichoso es el que sabe la hora en que va a morir». La casa de don Juan Manuel se encontraba en esa calle y nadie quería caminar a oscuras por ella.
Con la llegada del segundo conde de Revillagigedo, la ciudad de México se transformó radicalmente. El virrey ordenó limpiar las calles, organizar el comercio, procurar la realización de un drenaje y el 15 de abril de 1790 se estableció el alumbrado público en la ciudad sin la intervención de los particulares y por cuenta exclusiva del gobierno.
El 2 de agosto de 1857, en vísperas de la guerra de Reforma en México, el presidente Ignacio Comonfort inauguró el alumbrado con gas. El porfiriato culminó la obra iniciada durante la época virreinal y, en la actualidad, se considera que la ciudad de México es una de las ciudades mejor alumbradas. En junio de 1970 contaba con 630 focos de 2000 bujías, 630 de 1200 bujías, 125 lámparas incandescentes de 50 bujías y 14 de 35. Además, los paseos principales tienen su alumbrado eléctrico especial.