Ignacio Pérez: el jinete queretano que marcó la historia de México
En la historia de México siempre se le reconoce a personajes como Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Aldama, José María Morelos, Vicente Guerrero y la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez como los grandes héroes de la guerra de Independencia. Sin embargo, en muchas ocasiones se omite nombrar a los otros caudillos, que aunque su contribución a la causa haya sido mínima, fue de suma trascendencia, ya que, de no haber ocurrido, hoy la realidad del país muy posiblemente sería otra.
Existen registros de decenas de hombres y mujeres que tuvieron éxito en su intento de liberar al país del yugo español, pero que por cuestiones de ideología política, vocación profesional, credo, raza, orientación sexual o simplemente por falta de interés, sus nombres quedaron relegados a las penumbras de la historia. Ignacio Pérez Álvarez es uno de ellos, un héroe queretano cuyo nombre se encuentra más en las opacidades que en los créditos claros de la historia nacional.
Pérez Álvarez, un alcaide o carcelero real, al enterarse del descubrimiento de la conspiración que se fraguaba contra la Corona, hizo a un lado su miedo hacia la oscuridad de la noche, se envalentonó, tomó el primer caballo que vio y galopó hacia San Miguel el Grande para alertar a los futuros insurgentes de lo ocurrido en Querétaro.
Su hazaña es comparable a la leyenda de Paul Revere, ocurrida durante la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica, pero la diferencia entre ambos personajes es que en Estados Unidos, Revere cuenta con una estatua en el pleno corazón de Boston y en otras ciudades de ese país, mientras que Pérez Álvarez la tiene, aunque un tanto olvidada y descuidada en la capital queretana.
Este joven de origen humilde y austero hasta la muerte, se convirtió para muchos a sus 24 años en el «jinete del destino» o «correo de la libertad». Aquella noche, encomendado por la corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez, se apresuró a recorrer los entonces extensos 62 kilómetros de distancia que existen entre Querétaro capital y la ahora San Miguel de Allende, arriesgando su vida para avisar a Miguel Hidalgo y Costilla y a Ignacio Allende, que habían descubierto la conspiración de los insurgentes y que se había dado la orden de aprehenderlos.