El escepticismo como el principal alimento del coronavirus
México supera ya los 443 mil contagios reportados y más de 48 mil muertes, lo cual lo ubica como el tercer país con más fallecidos por COVID-19
Redacción
En barrios como San Gregorio, la incredulidad al virus, el miedo a ir a los hospitales, una enquistada desconfianza hacia las autoridades y las dificultades económicas han hecho que el virus haya golpeado con dureza a familias completas. La de los Serralde es un ejemplo. Y lo peor es que, después de cinco meses de pandemia, pocas cosas han cambiado en estos lugares que siguen en alerta roja mientras otras partes de la capital empiezan a ver ligeros avances en la contención del COVID-19.
“Lejos de entender, seguimos cometiendo los mismos errores”, lamenta José Juan, de 47 años y el hijo de los Serralde. Es un empleado del ayuntamiento de Xochimilco, la alcaldía a la que pertenece San Gregorio, y le tocó enterrar a sus padres y su tía, al mismo tiempo que él, su esposa y dos de sus cuatro hijas caían enfermos por el nuevo coronavirus.
México supera ya los 443 mil contagios reportados y más de 48 mil muertes, lo cual lo ubica como el tercer país con más fallecidos por COVID-19 del mundo, sin embargo, varios quedarán sin contabilizarse al morir en casa y sin haberse hecho la prueba, aunque con síntomas del virus.
Según un informe oficial preliminar presentado este mes, del 19 de abril al 30 de junio murieron en la capital 17.826 personas más de lo normal, la gran mayoría por afecciones vinculadas al coronavirus.
San Gregorio Atlapulco es un pueblo de unos 30 mil habitantes de alta marginalidad que pertenece a Xochimilco, en el sur de la capital, por donde no dejan de pasar campesinos con botas de goma empujando carretillas llenas de verduras procedentes de los campos o las zonas lacustres cercanas. Su centro es la iglesia, que casi se derrumba en el terremoto de 2017, un sismo cuyas consecuencias ya empezaban a superar cuando llegó la pandemia.
La situación en Xochimilco comenzó a agravarse a mediados de junio, justo cuando Ciudad de México reanudó paulatinamente sus actividades.
La jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, puso en marcha brigadas de información y atención que se reforzaron en julio con visitas casa por casa. Además, multiplicó el número de pruebas para detectar y aislar a los contagiados con rapidez. Ahora se realizan cerca de 4.000 diarias en una población de 10 millones de personas y otras tantas en la zona conurbada.
Pero para los Serralde, estas acciones llegaron tarde. En mayo, mes y medio después de que México decretara las medias de aislamiento social, su vida se convirtió en una pesadilla.
El hombre había dejado de trabajar en abril, porque su empleo no era esencial. Sin embargo, sus padres iban a los mercados a vender las plantas que cultivaban en el invernadero cercano a la casa, igual que muchos otros productores de Xochimilco que recorren tianguis con sus carretillas llenas de verdura o acuden a la central de abastos, una de las más grandes de toda América Latina.
“No lo creían, no usaban cubrebocas y estuvieron saliendo hasta que falleció un vecino y mi mamá empezó a tomarlo en serio y a resguardarse, pero ya estaban contagiados”, cuenta Serralde.
Para el doctor Jorge Esteban Ballesteros, director del Centro de Salud de San Gregorio, en estos barrios se dio la tormenta perfecta para que la epidemia creciera.
“Es una población difícil, de costumbres arraigadas, resistentes hacia la autoridad que dicen que el virus es un invento del gobierno”, indicó.
Además, el hecho de que el barrio es un área de alta marginalidad donde es complicado hacer cuarentena y el comercio informal no se ha detenido, ha propiciado los contagios.