Un día como hoy pero de 1904 se firmó el contrato de lo que hoy es el Monumento a la Revolución. ¿Sabes la historia?
¿Sabías que el Monumento a la Revolución, joya arquitectónica de la Ciudad de México, originalmente sería el Palacio Legislativo?
Sí, durante su gobierno, Porfirio Díaz lanzó en 1897 una convocatoria internacional para construir la nueva sede que albergaría a la Cámara de Diputados y de Senadores en México, el cual al mismo tiempo se convertiría en un edificio para conmemorar el centenario del día de la Independencia, que se cumplía en 1910.
Díaz quería que el nuevo edificio fuera uno de los palacios legislativos más lujosos del mundo, con más de 14.000 metros cuadrados. Y fue un día como hoy pero de 1904, cuando el arquitecto francés Émile Bénard firmó el contrato para la construcción del Palacio Legislativo en la Ciudad de México, sí, el actual Monumento a la Revolución.
Dicho Palacio Legislativo estaría inspirado en los recintos del Capitolio de Estados Unidos y del Parlamento de Budapest, buscaba convertir al palacio en una obra con estética europea neoclásica, sin embargo poco a poco todo fue cambiando.
La obra del Palacio se vio envuelta en varias polémicas, pues había quien dudaba del triunfo de Benard para realizar el proyecto, además de que se tendrían que invertir grandes sumas de dinero, sumado a los hundimientos del subsuelo que se registran en la zona, entonces se requirió mucho dinero más para construir una plataforma de acero y concreto que pudiera mantener en pie el edificio.
La primera piedra del edificio se colocó el 23 de noviembre de 1910, tan sólo tres días después del inicio del movimiento revolucionario en México, hecho por el cual la obra del Palacio Legislativo Federal se suspende al quedarse sin recursos, ya que estos fueron utilizados para combatir los levantamientos armados en el país.
La construcción fue finalmente suspendida en 1912 y dejó abandonada su estructura metálica por décadas. Fue hasta 1922 que Émile Bénard quiso rescatar su proyecto y presentó al gobierno de Álvaro Obregón la adaptación de la estructura en abandono para convertirla en un panteón para los héroes de la guerra. Sin embargo, este intento quedó frustrado con las muertes de Obregón en 1928 y el mismo arquitecto en 1929.
Varios arquitectos propusieron distintas alternativas para rescatar la obra inconclusa. En cierto punto, las autoridades planearon demoler los pocos avances para aprovechar el espacio en la plaza de la República.
En 1933, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia rescató la obra inconclusa de Émile Bénard que tenía un gran valor arquitectónico. Reinterpretó la estructura y los espacios para otorgarles un nuevo significado: el uso de la plaza como espacio público en torno a la conmemoración de una revolución constante.
Este nuevo diseño se enfocó en un mestizaje entre el arte prehispánico y el cubismo. El monumento fue construido con cuatro pilares obra del maestro Oliverio Martínez que simbolizan la Independencia, las leyes de Reforma, Agrarias y Obreras.
Ya desde 1936 el monumento servía como mausoleo de personajes revolucionarios que yacen en las criptas colocadas en la base de los cuatro pilares: los restos de Venustiano Carranza fueron trasladados ahí en 1942, Francisco I. Madero en 1960, Plutarco Elías Calles en 1969 y Francisco «Pancho» Villa en 1976. Lázaro Cárdenas yace ahí desde su muerte en 1970.
El Monumento a la Revolución Mexicana se concluyó en 1938, tuvo algunos problemas posteriores, pero estos ya son otra historia. A partir de entonces, el Monumento es un punto de referencia, de encuentro y de historia.