El Mochaorejas y su último secuestro ocurrido en Querétaro

Daniel Arizmendi López acaparó los encabezados en la década de los noventas, sus crímenes lo posicionaron como uno de los criminales más temibles de finales del siglo pasado.

Bajo el apodo de “El Mochaorejas”, secuestro, mutiló y asesinó principalmente a personas influyentes de México y España. Se le atribuyen alrededor de 200 secuestros.

Debido a las conexiones e influencia que tenía Arizmendi, logró obtener protección de altos mandos de seguridad pública en el país, logrando extender su red por siete estados,  entre éstos, Querétaro, donde secuestró y asesinó salvajemente a Raúl Nieto del Río, miembro de una de las familias más acaudaladas de Querétaro, propietarios de gasolineras y líneas de transporte.

El 17 de agosto de 1998, el grupo antisecuestros Yaqui de la Procuraduría General de la República, capturó a Arizmendi y a toda su organización criminal en las inmediaciones de Toreo Cuatro Caminos en Naucalpan, Estado de México. 

En el lugar incautaron 600 centenarios, 30 millones de pesos y millones de dólares.

Tras su aprehensión, Arizmendi fue traído a Querétaro donde confesó el asesinato de Raúl Nieto, cuyo cadáver sepultó en una casa de seguridad que tenía en la colonia Santa Bárbara, en el municipio de Querétaro.

El Mochaorejas y su banda “Los Patanes”, secuestraron al joven Raúl el 5 de agosto de 1998 mientras circulaba por una de las principales calles de Querétaro, quien se resistió a la captura, lo que ocasionó que la banda lo asesinara en el momento; a pesar de ello, los maleantes siguiendo exigiendo un rescate a su familia por 15 mil dólares.

Tras sepultarlo, la banda envió a la familia las orejas de Raúl, las cuales dejó dentro de unas bolsas negras en las inmediaciones de la Plaza de Toros Santa María, posteriormente contactó a la familia.

Una vez detenido, fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, donde esperó su sentencia que llegó hasta agosto de 2003 cuando fue sentenciado a 393 años de prisión por los delitos de privación ilegal de la libertad en la modalidad de secuestro, delincuencia organizada, posesión de armas de fuego de uso exclusivo de las fuerzas armadas y homicidio.

¿Quién fue Daniel Arizmendi? 

Daniel Arizmendi nació en Miacatlán, Morelos el 22 de julio de 1968, donde vivió con sus padres y tres hermanos, provenía de una familia donde el padre golpeaba constantemente a su madre y los hijos eran violentados por igual por ambos progenitores.

Cuando Daniel tenía 8 años sus padres se divorciaron e inicialmente se quedaron con su madre, María, hasta que ésta los abandonó y tuvieron que mudarse con Catarino, su padre.

A los 20 años de edad, Daniel conoció a su esposa, María Lourdes Arias, con quien tuvo un hijo; sin embargo, Daniel siguió la enseñanza de su padre convirtiéndose en un esposo controlador, celoso, alcohólico y violento.

Después de trabajar de obrero en diferentes fábricas, después ingresó a la Secretaría de Marina y fue chofer particular, así como de transporte público, hasta que ingresó a la Policía Judicial de Morelos a la edad de 26 años. 

Sin embargo, el empleo de policía sólo le duró un par de meses, pues un delincuente le enseñó a robar carros con un desarmador, iniciando así su carrera delictiva, la cual fue escalando poco a poco, sumando a su clan a su hermano Aurelio con quien robaba autos en el Estado de México.

En 1990 ambos delincuentes fueron detenidos por la Policía Judicial y, luego de conseguir dinero presentado, fueron puestos en libertad. Fue ahí cuando consideraron otra rama de la delincuencia para operar: el secuestro. 

La primera víctima de Daniel Arizmendi fue Martín Gómez Robledo, dueño de una gasolinera, por quien obtuvieron un rescate de 350 mil pesos. Esta cifra no le pareció tan atractiva a Daniel, por lo que decidió que debía adoptar medidas más crueles si quería obtener mayores recursos.

Fue así que para su séptimo secuestro decidió cortar una de las orejas de su víctima: Leobardo Pineda, propietario de distintas bodegas de Ixtapaculca, Estado de México, convirtiendo esta acción en su firma particular y lo que le valió su apodo de “El Mochaorejas”.

“Cortar orejas era normal para mí, ni me daba miedo ni me daba temor.(…) Matar, secuestrar, todo es normal. Secuestrar era para mí como una droga, como un vicio. Era la excitación de saber que te la estabas jugando, que te podrían matar. Era como adivinar, ahora le corto una oreja a este cuate y va a pagar. ¡Y pagaban! No sentí nada ni bueno ni malo, al mutilar a una víctima; era como cortar pan, como cortar pantalones”, declaró a Carlos Monsiváis para la revista Proceso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *