Personajes queretanos: Felipe Mendoza “El Patines”

Aquellos queretanos de antaño recordarán ese peculiar grito que recorría las calles del centro histórico de la ciudad: “Zapata Viveeee”.

Era imposible no escucharlo y ponerle rostro a la voz que lo acompañaba: Felipe Mendoza Prat “El Patines” era quien desde 1985 daba vida al centro de Querétaro mientras aleccionaba a sus oyentes sobre historia nacional. 

Felipe era hijo de don Antonio Mendoza Macías y Doña Dolores del Pilar Prat Biarnau, ella originaria de Cataluña, quienes al llegar a Querétaro se asentaron entre la calle de Madero y Regules; padres de seis hijos, uno de ellos “El Patines”, quien estudió en una de las escuelas con más tradición en el estado, el Colegio Salesiano.

Quienes convivieron con él, lo recuerdan como un joven estudioso, bueno para la historia y la literatura, destacado en los deportes, gran lector y de amable trato, nada fuera de lo “normal”.

Se casó con una de las queretanas más bonitas de la época, Emma Alonso, con quien tuvo dos hijas; sin embargo, una vez que se separó de su mujer, por ahí de los ochentas, comenzó a criar perros finos, mientras su cordura y elocuencia comenzaban a mermar. 

Mientras su esposa y sus hijas vivían en el exclusivo Club Campestre, Felipe se fue a vivir a una obra en construcción en la colonia Tejeda, propiedad de su hermano Salvador, donde habitó por aproximadamente tres años. 

Luego de eso, se mudó al terreno baldío de un lado donde construyó una choza para él y su perro Sartén, donde vivió por nueve años, hasta que la dueña del lugar lo tuvo que echar de ahí con un juicio legal.

A pesar de que su padre, Don Antonio Mendoza le ofreció ayuda, El Patines la rechazó pues quería vivir en libertad y sin compromisos con nadie. 

Felipe recorría el centro de la ciudad desde el mediodía, a bordo de sus patines, con su perro cargado y su cajón de bolero, entrando a las cantinas tradicionales buscando dar una boleada a cambio de un  Don Pedro con coca-cola.

Era cuando caía la noche, y con unos cuantos Don Pedro encima, cuando El Patines ya no reconocía caras y comenzaba a gritar algunas verdades al aire.

Dicen que fue Alfredo Botello Montes, quien fuera Secretario de Gobierno, quien ordenó que lo encarcelaran luego de gritar algunos improperios sobre la secretaria de Planeación y Finanzas de aquel entonces, Suhaila Núñez, así como en contra de Lupita Munguia, en ese momento secretaria de Educación. 

Una vez pasadas las 72 horas de rigor, y una vez fuera de los separos, El Patines hizo lo propio, gritando ahora una serie de directas contra el Secretario de Gobierno.  

De acuerdo con la historia que detallaba el Cronista de Querétaro, Andrés Garrido del Toral, Felipe era un tipo culto, devorador de libros y simpatizante de la ideología de izquierda, por lo que fue congruente al rechazar su buena cuna y familia, misma que al llegar a Querétaro tenía todavía cuantiosos inmuebles en Cataluña. 

La locura de Felipe era vespertina y nocturna, porque en las mañanas era tan responsable que hasta las calificaciones y las autorizaciones para expedición de pasaportes y visas de sus hijas firmaba. Todavía en 1983 -ya divorciado- se le vio en fiestas sociales elegantemente vestido en compañía de Emma, su esposa. Un poco antes de que se le manifestara lo quijotesco, viajaba constantemente al puerto de Acapulco sin decir a nadie a qué iba.

El can Sartén era corriente cruzado con uno de la calle, pero fue su más grata compañía, incondicional, y le puso así porque en lugar de campanita le colgó al cuello precisamente un sartén para que hiciera ruido al caminar.

 

Después de darnos lecciones de la historia social de México, retornaba a bordo de sus patines a su guarida en la colonia Tejeda, lloviera o hiciera frío, a él no le importaba, pues en sus patines recorría Avenida Constituyentes, poniendo en aprietos a los automovilistas que por ahí circulaban.

Murió en una bodega, en mayo de 2003. Desgraciadamente lo encontraron las autoridades y parientes tres meses después de su fallecimiento, por lo que se pudo reconocer el cuerpo por su indumentaria característica de casco, lentes oscuros, chaleco como de fotógrafo profesional, pantalón de mezclilla y camisa de franela. ¡Estaba rodeado de perros que no profanaron su cadáver sino que lo estaban cuidando, porque él los había alimentado y cobijado! 

La familia decidió cumplir con la última disposición de Felipe, la que siempre pidió en sus ratos cuerdos: ser incinerado y echado al viento, el de su libertad, el viento que le acariciaba el rostro al ir por la avenida Constituyentes o bajar de volada el andador 5 de Mayo con su grito más recurrente: «Zaaapaaataaa…»

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